lunes, 7 de mayo de 2012

LA MUERTE CHIQUITA

Sentí como la espada atravesaba mi pecho, quemando mi carne y mi espíritu, me causó gracia no percatarme como asesinaba mi corazón, poco después advertí que este, simplemente ya estaba muerto, el pobre tipo no soportó quedarse a presenciar, como yo; convertido en zombie, me obligaba a vivir la derrota que más me aterraba. La herida fué fulminante y me tiró de rodillas, el guerrero intervino de inmediato, pretendiendo tomar el control y llevarnos adelante; subrepticiamente emitió un rugido lúgubre y cayó fulminado entre sollozos, el pobre no tenía la fuerza siquiera de mantenerse en pie, enfrentó así esa imagen poco conocida de si mismo, vió su rostro bañado en llanto y experimentó el dolor que solo entiende aquel que lo ha perdido todo; lenta y diáfana, la sombra del abandono nos fué cubriendo de a poco, arropándo los tres cadáveres en un mausoleo de desesperanza, estábamos casi tranquilos cuando nos llegó la muerte chiquita, la vimos de reojo acercarse con su pequeña guadaña, apenas nos dimos cuenta, casi como si no nos importara; sentí el calor de mi sangre fluir, ante el primer embate de la hoja afilada; para mi tranquilidad, mis hermanos de armas no sintieron nada; mirándome con ojos vacios, estaban situados frente a mi, ayudando a sostener el agudo filo que hacía girones mi carne; levanté la vista con calma, sintiendo una paz casi embriagadora y agradecí entonces gozar de tan amados verdugos.