Atendiendo a esta realidad Bicentenaria, me he dado a la tarea de escribir mas que una biografía, una semblanza de la vida de Benito Pablo Juárez García, integrando en la misma, en un afán conciliador, sucesos relevantes de su vida, de su mandato presidencial, de su realidad histórica y del contexto internacional vigénte en su época, sin dejar de lado, las críticas, tanto actuales como de su tiempo, pero siempre pretendiendo plantear los hechos históricos sin inclinaciones ni posturas, solo servidos, para que cada quién tome sus conclusiones; buscando también conciliar, no solo el legado del Benemérito de las Américas, sino el de muchos otros personajes, que en mi entender, para bien y para mal, fueron evaluados erroneamente por la historia oficial, considerando la extensión de la información, me he dado a la tarea de dividir en 3 partes la relatoría referida; hechas estas consideraciones, comencemos.
En el equinoccio de primavera de 1806, en San Pablo Guelatao, Oaxaca; vio la luz Benito Pablo Juárez García; hijo de Marcelino Juárez y Brígida García; difícilmente podría alguien siquiera imaginar, que ese indio zapoteca, moriría 66 años después siendo presidente de la República y habiendo cambiando el destino de la Nación Mexicana.
Su esmero y tenacidad, son evidencia permanente ante una vida de dificultad; huérfano a los 3 años pasa al cuidado de sus abuelos Pedro Juárez y Justa López y vive nuevamente la orfandad a la muerte de ellos contando con apenas 9 años, quedando finalmente bajo la custodia de su tío Bernardino, devoto, instruido y de una posición económica desahogada.
Los días de Benito discurren entre el pastoreo de ovejas y las labores agrícolas y las noches en el aprendizaje de los números y las letras, a los 12 años presumiblemente por un hurto o por temor a la represalia, por haber perdido un par de ovejas, Juárez abandona la casa familiar y recorre a pie los 60 Km que distan a la Cd. de Oaxaca, capital de su estado natal, donde encuentra refugio en casa de su hermana Josefa, quien irónicamente trabajaba al servicio de Antonio Maza, miembro de la familia que sería parte preponderante en el futuro de Benito. En la capital oaxaqueña, desempeña varios oficios, carga bultos en el almacén llamado “la Grana”, y posteriormente, a cambio de comida, vestido y escuela, se desempeña como aprendiz en el taller de encuadernación del padre Antonio Salanueva, donde tendría a su alcance, libros de rezos y de teología, las Epístolas de San Pablo, el Teatro crítico universal y muchas otras publicaciones eclesiásticas, con las que pudo finalmente acabar de aprender a leer y escribir.
Hacia 1821, se matricula como oyente de Gramática latina en el Colegio Seminario, estudios que concluye en 1823 dedicando 4 años mas al estudio de las artes, tras los cuales, decide no optar por el sacerdocio, y por el contrario, se matricula en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado, considerado por la sociedad conservadora como un semillero de herejes y libertinos; es aquí donde Juárez entra en contacto con las ideas liberales, mismas que abraza entrañablemente. Entre tanto la nación vive tiempos difíciles, pues es a lo largo de estos años, que se da el derrocamiento del Imperio de Agustín de Iturbide, y el consiguiente nombramiento de Guadalupe Victoria como primer presidente de la Nación; Juárez vive intensamente este periodo histórico, participando activamente en arengas públicas e incluso, enlistándose en 1829 en las Milicias Cívicas, cuando se anunció que los españoles intentarían una invasión de reconquista por Tehuantepec; dicha expedición si llegó a desembarcar, solo que muy lejos de ahí, en las costas de Tamaulipas, donde fue derrotada por el General Antonio López de Santa Anna.
Al culminar sus estudios realiza sus prácticas profesionales en el despacho de Tiburcio Cabañas y un año después, por los vaivenes de la política, se convierte en diputado al Congreso de su Estado contando con tan solo 27 años, es en estas fechas, cuando abraza la Masonería. En 1834, es Magistrado Interino de la Corte de Justicia del Estado, cargo que ocupa hasta la caída de Valentín Gómez Farías, misma que lo hunde en un ostracismo de seis años. En 1841, ocupa el cargo de Juez de Primera Instancia del ramo civil, y en 1843, contrae matrimonio eclesiástico con Margarita Maza Parada, 20 años menor que él.
Por negarse a consignar a quién se resistiera a pagar el diezmo eclesiástico, es relevado de la Secretaría de Gobierno de Oaxaca, sin embargo dos años después, regresa como Fiscal del Tribunal superior de Justicia y posteriormente como Diputado de la Asamblea Departamental; entre 1846 y 1847, estando el País invadido por los Estadounidenses, Juárez representa a Oaxaca ante el Congreso de la Unión, donde se declararía la hipoteca de los bienes eclesiásticos para financiar la defensa del país.
Habiendo perdido esa guerra y con ello la mitad de su territorio, México, se sume en una grave crisis política, económica y social, a la que Juárez da la cara gobernando su estado natal y aprovechando para negar el paso al derrotado Santa Anna en su camino al exilio, incluso combatiéndolo; en cuanto a esto, es innegable la tirante relación que vivieron estos dos personajes, una prueba más de ello, es la aprensión de Juárez en 1853, por órdenes de Santa Anna, nuevamente en el poder, quién lo mantiene prisionero por 3 meses en las tinajas de San Juan de Ulúa, tras los cuales es deportado a la Habana, sin dinero ni equipaje, y solo trabajando en una fábrica de elaboración de puros, es como se financia el viaje para trasladarse a Nueva Orleans, buscando inmediatamente el apoyo de las Logias Masónicas. Justo es en esta ciudad, donde conoce a Melchor Ocampo, quién en compañía de otros exiliados, perseguidos políticos o simples detractores del régimen de Santa Anna, se reunían, preparando un golpe de Estado; y es aquí donde nuevamente se emplea en una fábrica de cigarrillos, con un sueldo miserable; sin embargo, no tuvo la necesidad de mantenerse demasiado tiempo en esta circunstancia, gracias al apoyo que algunos empresarios decidieron darle a esta recién conformada camarilla, entre ellos, Emile La Sere, importante comerciante Haitiano, y el también diputado empresario John Sidell, ejecutivo de la Luisiana Tehuantepec Co, empresa que intentaba establecer una vía férrea en el Istmo para la importación y exportación de mercadería y que contaba con que, el apoyo brindado a los liberales exiliados, le valiera su gracia al momento en que llegaran al poder.
En el exilio, Juárez decide apoyar el Plan de Ayutla, por lo que se traslada a Panamá, donde logra embarcarse a la ciudad de Acapulco, poniéndose en contacto con Juan N. Álvarez, quién logra bajo su asesoría, conseguir la presidencia interina de la nación, por encargo de los liberales, nombrando inmediatamente a don Benito, Ministro de Justicia e instrucción Pública; es entonces cuando se promulga la “Ley Juárez”, que contempla la limitación del poder tanto eclesiástico como castrense, y que de alguna manera, es el prolegómeno del trabajo mucho más completo que realizaría Sebastián Lerdo de Tejada, en el que de forma más profunda, se habría de plantear la separación Iglesia – Estado; Irónicamente, es justo la “Ley Juárez”, la que crea el caldo de cultivo que gestará los acontecimientos que llevarán a don Benito a la silla presidencial.
En 1855, tras un breve periodo en que volvió a ser Gobernador de Oaxaca, es nombrado por Ignacio Comonfort, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, justo en el tiempo en que el país se encuentra polarizado; por un lado, los Conservadores apoyan a la Iglesia, mientras que los liberales pugnan por la separación de la misma; Félix María Zuloaga, pronuncia el “Plan de Tacubaya”, que desconoce la constitución de 1857y valida en el poder a Comonfort; Juárez, siendo constitucionalista, rechaza la autoridad de dicho plan, mientras que Comonfort se suscribe al mismo, haciendo arrestar a Juárez, a Isidro Olvera, Presidente del Congreso, y a algunos diputados que les secundaban; por su parte los Estados, se dividen en torno a sus inclinaciones particulares, por alguna de estas dos visiones.
Un esmero personal por compartir la visión de un ciudadano treintón, atado a una realidad que disfruta, en la sola resignación de los prisioneros que tienen que mantener la cordura en medio del caos absoluto, una visión de una sociedad que ha hecho de la decadencia su status quo, añadiéndole ese toque dicharachero, arrabalero, propio de las grandes urbes, añadiéndole ese DESVARIO URBANO.
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domingo, 11 de abril de 2010
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