El casco me proporcionaba el
anonimato que requería para llevar a cabo la encomienda que la oportunidad me
revelaba; una sonrisa maliciosa surcó mi rostro, al tiempo que aceleraba el
motor de la Harley 1200 sobre la que venía montado; a escasos 20 metros la
patrulla M 505, estacionada al rayo del sol, daba parte por radio de su
habitual rondín sobre la Costera Miguel Alemán.
La acción fue rápida y decidida,
de otra forma no habría sido posible sorprender a los ocupantes del vehículo de
seguridad pública; cual rayo fulminante, mi mano descargó un furioso golpe
sobre el toldo, al grito de ¡órale cabrones, estorban¡, culminando la proeza
mostrando el dedo medio por todo lo alto y acelerando a fondo; los oficiales
como era de esperarse, prendieron presurosos sirena y torreta y se avocaron en
mi persecución puntual por la transitada avenida; la pericia de su conductor se
mostraba evidente al casi darme alcance en un par de ocasiones, sin embargo, la
maniobrabilidad de la motocicleta por los recovecos y las banquetas, me
permitió ganarles al menos 200 m antes de llegar a la glorieta de Icacos; los
valiosos segundos que esta distancia me proporcionaba, me permitieron frenar
sin mayor contratiempo y quitarme el casco rojo que resguardaba mi identidad,
al tiempo que descendía de la motocicleta y me plantaba a la vera del camino.
Vi acercarse con violencia el
vehículo de policía, mientras frenaba bruscamente, al tiempo que su conductor,
con divertida cara de sorpresa, enojo y complicidad, reconocía al amigo y de
inmediato a gritos me reprendía ¡pinche Brother, tu y tus locuras¡.
Esta era la anécdota recurrente
que contamos en diversas ocasiones en las que, con otros amigos nos reunimos a
tomar la cerveza sabatina, la que más nos hizo reír, la que compartimos el
Comandante Miguel Ángel Martínez y yo, la que me vino a la mente el viernes
pasado cuando me informaron de su cobarde asesinato.
Miguel Martínez fue un buen
amigo, (sigue siéndolo en el corazón y en el recuerdo), nos conocimos hace ya
varios años cuando accedió a no multarme por un dudoso semáforo en amarillo que,
en la prisa de llegar a una cita justifiqué pasarme, su buena actitud y el no
pedirme “mordida”, fueron los factores que me permitieron saludarlo con gusto
el día en que meses más tarde, coincidimos en una comida con el entonces Secretario
de Seguridad Pública; ¿Cómo has estado Muñeco?, dijo a modo de un saludo que se
repetiría gratamente en muchas ocasiones, ¡ya deja de andar haciendo
diabluras!, complementó con otra de las frases del “refranero del Zopi”.
He de comentar en este punto el
porqué del título del referido compendio de frases, y es que como es de todos
conocido, en el mundo de los hombres, como lo es el de las fuerzas del orden
público, un apodo o nombre clave, es un símbolo de distinción entre la tropa,
un apelativo único que te distingue del resto y que solo puede pertenecerte a
ti y a nadie más; es por ello que los Comandantes y Oficiales, disputan para
si, todos aquellos que denoten la fiereza de su personalidad y la voluntad de
su mando.
Cuando la vida nos presentó, Mike
ya era añejamente reconocido como “Comandante Zopilote”, mostrando como decía
el mismo, que “era tan feo, como noble”, y de verdad, todos le reconocemos una
nobleza sustantiva.
La vida como es su costumbre,
continuó con su marcha, y a lo largo de los días, tuve oportunidad de conocer a
su bien amada Carlota, escudera fiel de su marido y firme guía de “los
Zopilotitos”; Richard, el Trompas y Tamara, hijos amorosos “peludos y
cabezones”, como cotidianamente los definía su patriarca.
La noche del viernes intentaba
conciliar el sueño, cuando cercano ya el cambio de día, sonó mi radio:
¿Qué onda Bro, como estás?
A punto de jetear compadrito, ¿tu que tal?
Con malas noticias, dijo haciéndome sentir un vuelco del estómago
¿Qué pasó?
Mataron al Zopi
¡No me jodas¡, ¿estás seguro?
Desgraciadamente si lo estaba…
Fueron siete las descargas que
recibió por la espalda, mostrando una saña innecesaria y seguramente el miedo
de los cobardes perpetradores; el miedo a haberle hecho frente, el miedo a
medirse uno a uno; “solo así podían pegarle”, se repitió incesantemente en el
funeral “de frente nomás no le daban”, decía alguien más “es mucho hombre para
estar ahí acostado”, repetía Richard, su primogénito mientras consolaba a su
madre, necesitando el mismo consuelo para si.
No todo es política, me dijo hace
poco un amigo, frenando mi proclividad a cuestionar las hechuras de las
personas y de los gobiernos en todo momento; hoy me reafirmo en mi convicción
de que nada puede dejar de serlo; escuchar a la cabeza del ejecutivo defender
su estrategia de seguridad pública y desdeñar su impacto en las familias de los
Mexicanos, me hace darme cuenta de lo ajeno que se encuentra del dolor y de la
realidad de la gente, y de lo mediocres que somos como sociedad al seguírselo
permitiendo, pero por esta vez, dejo la cuestión de lado, hoy por hoy, dedico
estas líneas al entrañable amigo y a él le digo “vuela libre Zopilote”, ya nos
veremos de vuelta mi Hermano.